
Alcanzo a escribir
un poema más.
La vida me arrastra
como a todos a un final.
El destino indescifrable
no tiene códigos.
No sabemos cuando
se cortará el hilo.
Caen unos y otros
en el regazo de la nada.
Algunos con tragedia,
otros por sus años.
Sin condiciones
y con dolor intenso,
niños y jóvenes,
también desaparecen.
Los brazos de la muerte
están en algún lado
extendidos, fríos,
expectantes, poderosos.
Detrás de ellos,
describo lo vivido
para que entiendan
los que temen.
Intuí el tiempo adverso.
El dolor, me doblegaba
y de pronto
la paz me invade…
El cabello como nube
flota hacia atrás
en sensación
demasiado placentera.
Me deslizo por un tubo
inclinado en declive
que no es frío
Dejándome llevar.
Atrapada por una visión
una luz, aguarda lejana.
El trayecto continúa
apacible y lento.
Hay una guardia
en perspectiva
de túnicas blancas
y todo es silencio.
Estoy descendiendo
suavemente.
No veo sus rostros
ni lo intento.
No pienso, no sufro,
el dolor se anula.
Me acerco a la luz,
el aire es cálido.
Pero debo vivir
para contarlo.
El regreso de golpe
sacude mis entrañas.
Escuchaba voces
llantos y rezos.
Al abrir mis ojos
él estaba allí...
Como una succión
fuerte, imprevista
y una monja mirando
sorprendida, oraba.
Regresé de la muerte un día.
Entonces, de que vale
cuidarme sin vivir?
Un día volverá y allí, estaré.
Texto: María Evelia Pérez Nicotra
Foto: Eugenio Fernández Corral ‘Puerta de la Luz’