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viernes, 12 de febrero de 2010

Envío de Poldy Bird


Aún no le pido permiso para publicar sus textos, pero ella, es un ser excepcional y desde hace algún tiempo, dialogamos gracias a esta maravilla denominada WEB o Internet o como quieran denominarla.

Y leer a Poldy Bird es emocionarnos siempre. Por eso, sin consultarle, deseo compartir con ustedes este caudal de palabras que me envió. Nuestro corazón, estará agradecido.

María Evelia.-

PASARÁN COSAS

POLDY BIRD


Ha empezado otro año.
Como un cuaderno nuevo está ante mí, y me acuerdo de cuando era chica, iba a la escuela y me apuraba para terminar el viejo cuaderno y así comenzar el otro.
En las últimas páginas hacía letra grande, enormes dibujos apresura­dos.
Pegaba dos hojas con engrudo de fabrica­ción casera: agua y harina en la cocina.
Los cuadernos nuevos se empiezan con letra pequeña, pareja, prolija, cuidada...
Igual que los años.
Igual que éste.
¿Borrón y cuenta nueva?
No, no, sin borrón.

Y sumando a la cuenta nueva las otras cuen­tas que antes nos sirvieron.
Porque no todo está para el olvido.
Porque no todo fue para dejarlo atrás, disi­mulado entre las hierbas secas del otoño.
Pasaron cosas.
NOS PASARON COSAS.

Crecimos un poquito, un poquito así, pero crecimos.
Llorar hace crecer, es esa lluviecita de uvas de cristal
sobre el techo de chapa de nuestro corazón.
Pica, repica, musiquea, despierta.
Nadie es el mismo después de haber llorado.
Reír hace crecer.
También reímos.

Algunas veces, quizá podemos contarlas con los dedos de una mano... ¡Y cómo une la risa!: dos que se rieron juntos, a carcajadas limpia, no se desatan nunca en el recuerdo.
Yo tengo siete chistes favoritos, y me acuer­do de quiénes fueron las siete personas que me los contaron.
En cambio, no me acuerdo de todas las que me hicieron llorar o compartieron mis angustias.

No creas que se trata de mala memoria... me parece que es puro instinto de conserva­ción.
Fijate que la gente le huye a la tragedia.
En algún tiempo me daba mucha rabia, pero ahora lo entiendo y no la juzgo mal.
Una amiga de la infancia, que quiero profun­damente, todavía no habló conmigo desde que murió mi hija. Y si yo no la llamo no es porque no tenga ganas de hacerlo ni porque piense que es a ella a quien le corresponde lla­marme... sino simplemente porque me da miedo que se sienta mal...

A ella le digo: si leés esto, no busques entre líneas... te quiero mucho, me gustaría que estuvieras cerca.
No temas, no estoy desahucia­da, no contagio las penas, las tengo dentro de mí, tan escondidas que para hallarlas tendrías que escarbar demasiado.
Y, además, a los muer­tos queridos no los recuerdo muertos, los re­cuerdo con su olor a perfume y su camisa favo­rita, con la música que les gustaba, con las anécdotas que los muestran en su mejor mo­mento.

No hablaremos de heridas ni agonías, ni hablaremos de nieblas o tormentas... no, ¿sabés qué haremos?... terminaremos la charla aquella que empezamos una tarde en un café de la calle Córdoba... o la seguiremos, porque las charlas entre amigas no se terminan nun­ca, son siempre una continuación de la ante­rior, que fue una continuación de la anterior... y así, siempre, siempre, hayan pasado días,
meses, años.

Trabajar, hace crecer.
Y me ha dado un poco de trabajo trabajar.
Porque mi trabajo es solitario, callado, sin jefes que me obliguen a hacerlo, sin un horario que cumplir.
Se trata de transformarme en médium y sen­tir lo que todos sienten a mi alrededor... e interpretarlo con palabras escritas que traduzcan exactamente eso que siento, eso que sentís, eso que sienten otros.

Admirar hace crecer.
Es tan larga la lista de la gente que admiro, que te cansaría leerla. Pero en esos nombresseguramente nos reconoceremos, hermanadas, vos y yo: Violeta Parra, Mozart, Mick Jagger, Horacio Molina, Paganini, Cortázar, Woody Allen, Silvio Rodríguez, Beethoven, Raúl Por­cheto, Chopin, Alejo Carpentier, Fellini, la Madre Teresa, Silvina Ocampo, Bergman, Ricardo Montaner, siempre mi Felisberto Her­nández que releo, los hermanos Marx, Olga Orozco, Humphrey Bogart reviviendo cada vez que pasan “Casablanca” por televisión (ojalá que no dejen de pasarla nunca).
Al admirar abrimos una ventanita del alma que, a veces, está cerrada con candado.
Al abrirla, nos abrimos.

Dejamos que eche a volar un pájaro cautivo y que entre el aire con olor a magnolias y a flores de tilo, ese olor que es olor a verano y a plaza (Cuando era chica llevaba botellitas a la plaza, las movía, dando vueltas, y luego las tapa­ba, creyendo que en ellas podían guardarse los olores. Tal vez sí. Nunca las encontré, después, nunca tuve oportunidad de destaparlas...).
Agradecer es crecer.

Amar es crecer.
Crear es crecer.
Ha empezado otro año.
Cuadernito nuevo.
Cuadernito de hojas inmaculadas, todavía en blanco.
Cuadernito que en la tapa dice Poldy.
Solamente que yo podré escribir en él los días que vendrán.
La vida es un cuaderno.
No un “cuaderno borrador”, sino un cuaderno de clase.
No se puede borrar nada de lo que escribimos, ni se pueden
corregir los errores, ni se puede escribir encima en la misma
página.

Vamos a usar bien este cuaderno.
No vamos a dejar ningún espacio en blanco.
No pegaremos hojas para terminarlo antes.
Y no nos vamos a saltear las cosas lindas, por chiquititas e insignificantes que parezcan.
Porque son esas “cositas” las que le dan, en muchos momentos, valor y sentido a la vida.

Me tiembla la mano.
¿Qué pondré en el pri­mer renglón de la primera hoja?
Una frase corta.
Dos palabras:
“ESTOY VIVA”.
Estoy viva. Ya vendrá lo demás.
Pasaron cosas.
Y pasarán cosas mientras esté viva.

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